Hace un tiempo comencé una senda de aprendizaje que va más atrás de lo que yo recuerde, pero en concreto se decretó como un proceso, el día que yo sentí por primera vez que en mi cuerpo no habitaba un alma, sentí que tenía un cuerpo, sin vida, sin propósito, sin fuerza, sin energía, pero estaba, participaba, escuchaba, pero no estaba despierta.
Ese día comprendí que podían existir dos tipos de seres humanos, los que viven dormidos y los que viven despiertos. Recuerdo en esa misma instancia, que un familiar cercano me recomendó iniciar una terapia grupal, porque en comunidad los procesos de crecimiento personal son más enriquecedores, decía, yo no entendí, porque estaba dormida.
Pasaron algunas semanas, cuando seudo inconsciente acepté la propuesta de ir por primera vez a un retiro de meditación, en donde asistirían 60 personas, y trabajaríamos en base a nuestra respiración episodios de nuestra vida que por alguna razón no estaban en el consciente y necesitaríamos sacar a flote. Fui. Y fue la apertura a un viaje interior increíble, un proceso de entender mis raíces, mi historia, mis padres.
Luego de eso, comencé a revisar todo lo que estaba haciendo en mi vida, y me vi con 17 clientes, con un equipo de 6 personas, una oficina en un barrio caro y una vida que no sabía bien porque la había montado, porque ahora que había despertado no quería estar ahí. Había construido mi vida como independiente para tener la opción de escoger con quién quería trabajar, y había aceptado trabajar con clientes diversos y pequeños, porque aposté por sus ideas, pero cuando desperté me di cuenta de que se atrevían a golpear mi mesa, que vivían en su esfera de la inconformidad, y creían que el dinero todo lo podía comprar, con coraje y bastante ayuda divina me atreví y les dije adiós. De los 17, sólo me quedé con 7 clientes, con los que sí tenían valores, los que sí valoraban mi tiempo, y el trabajo de mi equipo. Con un altibajo económico tuve que reducir gastos y así también hacer más cambios personales.
Seguí el proceso, lo que la senda del aprendizaje personal me fuera entregando, y fue luego de una conversación con una gran amiga, que me sugirió prepararme para un viaje de negocios a Israel, me recomendó visitar a un maestro de la Kabbalah, quien al principio analizó mi ancestrología con los nombres de mis familiares, y luego siguió con un k-coaching para enfrentarme a Tierra Santa, vino así con mucha sorpresa otra etapa de aprendizajes profundos, que me demostraron que los negocios, de la vida espiritual y la personal no son cosas diferentes, que no pueden estar apartados, o ser entendidos como rieles diferentes, en la senda de aprendizaje donde yo decidí madurar mi vida, descubrí que son mejores personas los profesionales que se dejan caer, que son mejores profesionales las personas que pueden enfrentar una situación laboral desde la empatía, que el amor por el trabajo, es tan importante como el amor por la familia, que decir que la vida personal y la vida laboral son mundos separados es uno de los grandes engaños de estos tiempos, somos una sola persona, que tiene distintos roles, y ejes de preocupación, pero si somos lo suficientemente humanos, debiéramos de ser las mismas personas, simplemente en distintas situaciones, pero con los mismos valores con que educamos a nuestros hijos, debieran de ser con los que tratamos a nuestros compañeros de trabajo.
Mi vida hoy, como alguien hace un tiempo atrás «sentenció» es bastante mística, y es porque afortunadamente he logrado integrar el corazón, las pasiones, todos mis sentidos, a las formalidades, a la rutina. Hoy escribo emails con cariño, escucho con atención, entendí que la honestidad en nuestras relaciones laborales son tan valiosas como en las de nuestras relaciones íntimas, que decir gracias por tu tiempo al atender a una reunión es gratitud pura, y no un cumplido, que ofrecer nuestra ayuda no es en búsqueda de un mejor posicionamiento profesional, sino lo que cualquier ser humano debiera de hacer por otro. Aprendí que la vida es mucho más linda, sabrosa y emocionante cuando estoy despierta, y mucho mejor cuando logré entender que soy una misma persona, en mi casa y en mi trabajo.
Esta columna de Nicolle Knüst se publicó en abril/2017 en M360.cl